jueves, 6 de marzo de 2014

Los nómadas de las estepas, conquistadores del mundo

   Esta entrada es un extracto del prefacio de "El Imperio de las Estepas", de René Grousset


 Atila, Gengis Kan, Tamerlán... Esos nombres están en la memoria de todos. Estos grandes "bárbaros" surgen en nuestra historia, y bruscamente, en sólo unos años, convierten en un montón de ruinas las viejas civilizaciones. Su llegada, sus móviles y su desaparición parecen inexplicables a ojos de Occidente.

   Y sin embargo, jamás hombre alguno ha sido en mayor medida el hijo de la tierra, se ha explicado por ella, resulta inmediatamente legible desde el momento en que se conoce su modo de existencia.
  La estepa ha fabricado esos cuerpos pequeños y fornidos; el viento desapacible, el frío excesivo o el calor tórrido han modelado esos rostros de ojos oblicuos, de pómulos salientes, han endurecido esos torsos nudosos. Las necesidades de la vida pastoral de trashumancia han determinado su nomadismo y condicionado sus relaciones con los sedentarios, basadas a veces en tímidos préstamos, y a veces en sanguinarias correrías.



  En el gran territorio de las estepas de Asia Central las condiciones geográficas no permiten el desarrollo de la vida agrícola más que en pequeños núcleos, lo que provocó que la mayoría de su población prosiguiera indefinidamente la vida nómada, mientras los pueblos que les rodeaban llegaban a otros estadios de desarrollo.
  Para los sedentarios de China, Persia o Europa, el huno, el turcomano y el mongol eran, pues, meros "salvajes"...

   Pueblos pastorales y cazadores que, en los años de sequía, sobre la escasa hierba de la estepa, se aventuran de fuente de agua seca en fuente de agua seca hasta la linde de los cultivos, para contemplar desde allí el milagro de las abundantes cosechas, y el lujo de las ciudades. En tales condiciones, la avalancha periódica de los nómadas hacia las tierras cultivadas es una ley de la naturaleza. Las sociedades sedentarias ceden ante el choque, el nómada entra en la ciudad y sustituye sin demasiado esfuerzo a los potentados que ha derribado. Años después aparecerán ante sus fronteras nuevas hordas, que reiniciarán la misma aventura... 



  ¿Pero cómo es que el mismo ritmo se renueva durante casi mil trescientos años? Ello se debe a que durante todo ese tiempo el nómada ha poseído un desarrollo y una ventaja militar enormes. Ha sido arquero a caballo. Una caballería increíblemente móvil de arqueros infalibles, esa ha sido el arma que le ha dado sobre el sedentario una superioridad incontestable.

  Nadie puede igualarse en este terreno al mongol. Adiestrado desde la infancia para cazar al galope, habituado al acecho invisible y paciente, a todas las trampas de cazador, de las que depende su alimento o, lo que es lo mismo, su vida, en ese terreno es imbatible. El arquero a caballo de la estepa ha reinado sobre Eurasia durante trece siglos porque era la creación espontánea del propio suelo, el hijo del hambre y la miseria, el único medio que tenían los nómadas de no perecer totalmente en los años de escasez.
  



 ¿Pero por qué cesa dicha superioridad? Porque a partir del siglo XVI los sedentarios oponen al nómada la artillería... Los cañonazos con los que Iván el Terrible dispersa a los últimos herederos de la Horda de Oro marcan el fin de un período de la historia. Los arqueros kalmikos que el romanticismo de Alejandro I opondría todavía a Napoleón en los campos de batalla de 1807 debieron parecer surgidos de un pasado inverosímil.

 Sin embargo, sólo hacía tres siglos que esos arqueros habían dejado de ser los conquistadores del mundo.

Fuente: René Grousset ,"El imperio de las estepas"

1 comentario:

  1. Cuando Javi y yo conducíamos por Mongolia, por pistas inverosímiles, nos decíamos continuamente: "es imposible que hayan pasado por aquí..." Pero ahí estaban las rodadas, y siempre aparecía un mongol en los lugares más insospechados. Así que acabamos convencidos: no hay nadie más duro que un mongol, no es extraño que conquistaran el mundo.

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